El famoso director, creador de inagotables obras maestras del Siglo XX, tuvo características fascinantes, que lo llevaron a adelantarse en su época.
Obsesivo, malhumorado, loco, detallista y maniático hasta el hartazgo, capaz de enfermar de los nervios hasta al actor más paciente, o de hacer llorar a la jovencita de la película, sin escrúpulo alguno; pero a la vez brillante y lúcido, incorruptible, iluminado, innovador, aventajado y creador de obras maestras del cine del Siglo XX.
Stanley Kubrick demostró desde pequeño un carácter muy inquieto, que lindaba en lo obsesivo. Fanático del ajedrez, fanático de la historia y como era de esperarse, fanático de las cámaras, desarmó y armó un sinfín de ellas, pieza por pieza, hasta entender cómo funcionaba el sistema.
Kubrick alcanzaría cierto reconocimiento, especialmente por lo revolucionario de su propuesta.
Espartaco (1960) y la polémica Lolita (1962), –novela de Vladimir Nabokov– fueron sólo confirmaciones de la maestría visual del gran Stanley.
En 1968 sale a la luz ‘2001: A Space Odyssey’, o ‘2001: Una odisea en el espacio‘.
Es justamente el espacio lo que maravilla de esta cinta. Kubrick logra recrear distintos escenarios con una destreza absoluta. Una estudiada y sutil maniobra para narrar con ironía, la evolución del hombre.
¿No es eso un iPad, 40 años antes de que la afamada marca de la manzana mordida lo lanzara al mercado?
A Clockwork Orange, –conocida como La Naranja Mecánica– estrenada en 1971.
La historia sobre un grupo de pandilleros adictos a la leche y a la utraviolencia, conmovió al mundo, no solo por su inquietante guión repleto de volteretas y un final que no ayuda a aclarar las cosas, sino que además, por su sórdido contenido que incluía violaciones, apuñalamientos, asesinatos y algunos extraños métodos de tortura psicológica y física, tanto de buenos como de malos; todo al ritmo del ‘glorioso Ludwig Van’.
En sus trabajos posteriores, Barry Lyndon (1975), The Shining (1980), Full Metal Jacket (1987) y Eyes Wide Shut (1999), Kubrick dejaría un poco de lado el diseño, para apostar más, por darle importancia a la realidad (a través de su lente), con ángulos complejos, rápidos zooms y largos planos de cámara.
Notable en The Shining (o El Resplandor), donde largas secuencias por los pasillos del Overlook, logran retratar a la perfección, lo tétrico que puede llegar a ser un hotel sin gente.
Lo cierto es que, desde un punto de vista arquitectónico, el legado de Kubrick es notable en varios aspectos.
Su magnífico trabajo con la luz, la incorporación de este elemento en la historia, haciéndola parte del espacio y de la escena. Luz, forma y acto, como un todo.
Una mirada (pero por sobre todo, un ojo) que sólo le pertenece a él.